martes, 6 de abril de 2010

Respirar

Aprovechando que ya abrí el baúl de los recuerdos, y que de todas formas me robaron el baúl reciente, posteo este pequeño experimento que hice en 2006. No estoy seguro sobre en qué género situarlo. Quizás ustedes podrían ayudarme...
Otra observación: este loquesea tiene instructivo. El título es un poco contradictorio. Hay que intentar no respirar, leerlo parsimoniosamente, y al final, respirar hondo, recobrando la respiración normal. Espero que la manera en la que esté escrito ayude, y, sobre todo, que lo disfruten, o por lo menos lo discutan.

r e s p i r a r


Siempre supe que Miguel era extraño. Su forma de mirar, de caminar, el labio inferior colgante, su respiración intermitente...
Malo. Este adjetivo simple siempre me invadía, como invadiría a un niño en cuanto a sus padres, quienes se rehúsan a satisfacer sus deseos.


Pero, ¿qué era lo que me hacía tenerlo en tan poca gracia? Eso siempre fue un misterio. Todas las veces que emprendía mi pensamiento hacia responder esta pregunta, algo más trivial surgía, y me distraía. Esto sólo agregaba misterio a la situación.


Sé que entré a su casa...


El polvo indicaba un descuido que yo siempre me atribuí a mí mismo. Los gatos perforaban las paredes con sus garras, luego defecaban en los hoyos maliciosamente. Eran el estereotipo exacerbado de un gato.


Él hablaba con tono violento, seguramente de algo que le molestaba y sabía que no iba a poder resolver. Pero en ese caso, todo le molestaba. Sus facciones azules, por la luz de la mañana, me sugerían que la noche anterior había padecido gravemente de algún mal. Yo no podía escucharlo. Sólo veía sus labios malformados vibrar ferozmente, pero yo estaba en un frígido languidecer en ese momento.


Sí, eran rechinidos en la oscuridad...


Ruedas de carroza decimonónica se movían como molino que no descansa.


Sin embargo, no había fuente de energía que las moviera.


En la oscuridad, sus ojos malditos aparecieron, tumbándome de mi repentino despertar e inmovilizándome. Me observaron fijamente, esa mirada MALA, asquerosa. No pude gritar. El felino no se quedó mucho más sobre mí, de todas formas.


Una tos exagerada venía del cuarto de junto.


No supiste verme bien


¿No? Creo que era imposible. ¿Cómo te iba a ver bien desde ahí?

Otra vez inaudible, como una película muda. El frío cielo azul de madrugada, dentro del cual resalta el rojo. Miguel no había parado de escupir gatos toda la mañana. Me decía que era bronquitis. Era todo lo que sabía decir.


Sus cuadros repetían escenas oníricas. Sus figurillas de barro representaban caras con diferentes expresiones. Sentimientos a medias, ojos perforados por varillas de incienso; sobre todo narices.

Su sutileza animal siempre me sorprendía. Algún día me rodeó y me trepó como serpiente. Me seseaba al oído, prometía concederme sueños grandiosos. Pero todo ese tiempo supe que era un hablador.

Y cuando maullaba, todo mi cuerpo se estremecía. Era como si supiera sobre mis puntos erógenos psíquicos. Pero con todo, yo seguía sin poder salir, confinado en esta casa vieja.


Sé que no entré a su casa...


Cada vez que oíamos pasos en el pasillo se nos entumía el cerebro. El vino rancio se arranciaba más y las especulaciones se congelaban en el tiempo. Nos invadía la duda sobre la existencia del tiempo.


Pero los gatos se movían con ímpetu militar. Las nubes rojizas dentro del anochecer nos miraban fijamente, en nuestra impotencia hacia la rebelión felina.


¿Qué haríamos cuando las sombras decidieran devorarnos? ¿Cómo responderíamos, cómo canalizaríamos la angustia acumulada de toda una vida?


No eran rechinidos, eran pasos...


Cada vez más cerca, acelerando con el pasar del tiempo, en sincronía con nuestros corazones.


Sus olores fantasmales llegaban a nuestras narices. El rancio perfume dulzón del tiempo salía también de los sillones. Estábamos atrapados dentro del círculo de oscuridad.

Esos malditos gatos me las pagarán algún día.

¿Pero por qué no dejas de gritar?


¿Qué es lo que pasaba contigo? Tu mirada reventaba de inane, y fue ahí donde supe bien que no ibas a volver. ¡Ay Miguel! ¿Por qué dejaste la luna encendida?


El musgo se apoderó de la casa en muy poco tiempo; pero ya no importaba el tiempo, pues yo ya estaba congelado.


Se oyeron golpes demoledores de todos los techos. Ya no pude hacer nada, y las sombras salieron huyendo.


Esos malditos gatos, ¡algún día me las pagarán!


Yo y la calle. Pero no por mucho, pues pronto se pudrió el pavimento, subió el nivel de agua del río hasta inundarla, y la ciudad desapareció por completo.


Pero

Al fin
P U D E

r e s p i r a r

2 comentarios:

Ramis dijo...

Me gusta jojo, aunque tal vez tenga que releerlo para entenderlo por completo jaja... A mí me suena a cuento :P

Epilef dijo...

Ya veo como es que empezó todo :)